30.10.06

 

CAMBIO DE HORA

Siempre lo he pasado mal con el cambio de hora. Siempre dicen en los informativos que a los niños y a los ancianos se lo hacen pasar bastante mal. Cada año veo que no soy ni niño ni anciano, por ahora.

De pequeño siempre me gustaba el cambio de hora de otoño, el de ganar una hora. No por dormir una hora más, sino porque me gustaba que anocheciera antes, la verdad. Me imaginaba volviendo pronto a casa, ponerme las pantunflas, incluso una bata de cuadros con la revista TP en el bolsillo, y ala, a vegetar bajo una manta comiendo kikos, patatas rufles y enganchaíto a alguna serie de dibujos de la tele.

Lo de la pantunfla lo sigo haciendo. Más que nada porque echo de menos cosas en Austria, además del pescado, como las pantunflas, colonia Nenuco, recogedores de escoba con mango, antipolillas y cosas así. Aquí las pantunflas sólo son en forma de zueco, y yo, como buen Piscis, tengo mis pies como oro en paño, y necesito que estén cubiertos por una pantunfla (el talón del pie tapado), a ser posible de cuadros y no con forma de animalito.

Ese cambio de hora es matador aquí en Austria. A las cinco de la tarde, pues nada, tschüss, papa, le dicen al sol. Entiendo por qué comer a las 12 y cenar a las 18, para entre las 12 y las 18 aprovechar el sol que queda.

El cambio de hora de verano siempre me dio algo de yuyu, significaba estar fuera de casa más tiempo, más luz. En el fondo seré un poco oscuro, siniestro, darky... algo que nunca había pensado.

22.10.06

 

ESTE MOMENTO

La descoordinación y el frío de la entrada anterior (de hace más de tres meses, perdón...) siguen presentes ahora. Pero este momento es diferente. La mesa en la que escribo es una tabla muy gruesa de madera antigua, tan antigua que tiene algunas hendiduras, donde han caído clips, monedas de céntimos de un euro, hojas de plantas.

La ventana que tengo delante es en forma abuhardillada. La casa más cercana esta alejada, y es más baja que esta buhardilla de tercera planta. Más lejos tengo árboles, frondosos, que están cogiendo el color otoñal marrón, de hoja perenne, no caduca (hacía años que no usaba estas expresiones). Más a lo lejos, una torre, el monte que rodea el centro de Graz, Austria (desde donde escribo), que de noche está iluminada y que desde ahí es el único sitio desde el que se puede ver mi cama, con prismáticos, creo.

Este momento es el de mi nueva casa aquí, una buhardilla muy coqueta, en plan bombonera, que me acogerá en el duro invierno (¿?) que se avecina. El inicio del curso bien, un curso de alemán muy duro (a las ocho de la mañana, muchas horas a la semana, también en plan ONU: Bosnia, Kosovo, Irán, Mongolia, Moldavia, Turquía, Egipto, Albania, Canáda...) y mis asignaturas en la Universidad.

No pido nada, ahora sólo que se desplace el sol un poco y empiece a dar de lleno en la cama. El momento más plancetero del día es dormir la siesta bajo el sol que entra por esta buhardilla.

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